Palabras viejas que vuelven, este texto fue escrito en 1997,
¡guauu! han pasado casi 12 años...
Los ojos brumosos veían torbellinos
cuando sólo eran bailes en la risa.
Tantos giros mareaba el carrusel
de alados caballos salvajes.
Todos los colores en sus crines.
Parado en la boletería
vio volar a la mujer de sus sueños.
Ella, la que lloraba en sus brazos
se posó en cada estrella para absorber sus brillos.
Filosos elementos le negaron el néctar.
Sólo espejitos, lentejuelas,
destellos de la niebla naciendo en los ojos del abismo.
Sollozando corcoveos de espanto la arrullaron los árboles,
la arena, el aliento del mar sorbió sus penas.
La quimera se reía excitada
viviendo refulgente en sus mejillas.
Hasta que el sabio pelícano arrojó su presa gigantesca
brotando la verdad en el primer temblor.
Un barco en el océano, espumoso, hundiéndose zarpó de sus manos.
Se veía en cubierta danzando entre erizos y medusas.
En el instante en que las algas la invocaban
un gemido animal la recobró
para emprender caminos de retorno.
A mitad de la noche, en tumultos de ciénaga y hastío,
despertó sofocado,
chorreando las últimas gotas de los viejos temores.
Corrió transformándose en tigre para alcanzar el alba.
El carrusel estaba.
Despejó la maleza con sus garras.
Aullando clamó sin respuesta.
Ni siquiera los duendes que espiaban.
Recobrándose hombre un deseo mágico en su frente
encendió la mañana con mil luces y música.
El carrusel danzaba.
El viaje de las notas se incendió en las alas
cargando a la mujer en su relincho.
Una última visión
abrió en sus párpados:
el barco se hundía sin llevarla.
Galopó los cielos tornasoles
hasta llegar al único lugar que la esperaba:
un carrusel, y un hombre y el comienzo del día esa mañana.
viernes, 10 de abril de 2009
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