Viajo en un auto.
Voy en el asiento del acompañante.
Es la mañana.
Una mañana de Otoño.
Maneja una mujer con la cual yo tengo un vínculo amistoso.
Paramos en un semáforo. Es una Avenida ancha.
Cruzando la bocacalle, en la esquina, hay un niñita muy pequeña al lado de un arbusto, y cajas y trastos viejos.
Se acerca otra niña de algo más 13 años, menuda,
de tez blanca y cabello negro.
Muy bonita. Me pide monedas, para darle de comer a su hijita.
Y me señala la pequeñita pelirroja que se cepilla el pelo
en la esquina con cajas.
Debe tener 2 años, entonces ella 14, quiero suponer con un nudo en el estómago.
¿Dónde vivís? – le pregunto.
¡Ahí, en la esquina, ese mi cuarto! - me contestó.
¿Cómo podía vivir en una esquina? – pensé, y en ese instante sentí que era el mejor lugar que podía tener, que era de ella y de su hija,
y que allí nadie podía hacerle daño.
Tengo la ventanilla baja y la miro.
El tiempo comienza a ser eterno. Yo le acaricio el pelo y la frente suave.
El momento dura lo que un semáforo.
Igual estoy en ese tiempo sin tiempo.
Se pone verde.
Tengo que irme.
Ella me dice con voz suave: -“Ya te vas Señora, me gustó tocarte!”
La mujer que maneja arranca, yo estoy consternada y paralizada.
Quiero hacer algo y no puedo.
“Es el espíritu de la Pascua” - dice la que maneja queriendo justificar la bondad en los ojos de esa niña-mujer.
Yo me siento amorosa y triste.
Ver la verdad.
Lo supérfluo.
El dolor y la compasión.
El como sí.
Vivir en la calle como la mejor opción…
Pasamos la esquina.
Escucho una música lejana.
Abro los ojos.
Apago el despertador.
Aquello había sido un sueño.
Es Diciembre, se acerca la Navidad y no vi arbolitos en las casas de las esquinas, ni miré a las niñas con sus niñas.
Mi auto no se detiene en los semáforos sin tiempo para acariciar la frente plena de luz.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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